UN ESTADO LAICO
Un año más, un 20 de Noviembre, de nuevo la Iglesia se quitó la máscara y salió a las puertas de la Basílica de los Caídos para acompañar a los nostálgicos falangistas a enaltecer las figuras de Franco y José Antonio. Y no se manifiesta contra la injusticia o el hambre, ni contra guerras injustas, ni a favor de la Paz.
La Iglesia, desobedeciendo las leyes, salta al ruedo y encumbra y glorifica a un genocida habiéndose prohibido este tipo de actos.
Nos hallamos ante dos tipos de moral: la moral profana, la terrenal, la del día a día, la que nos lleva a los hombres a establecer de manera racional los principios que orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano; y la moral teológica, la de la Iglesia, la del fanatismo ideológico y la intransigencia, la que trata del ejercicio de las virtudes íntegras.
Y es en esta moral espiritual o divina, amordazante e inamovible, en la que los radicales e intolerantes han condenado siempre con extraordinaria beligerancia a los que no comparten sus ideas.
La Iglesia, tan actual y tan moderna, ha dado un paso tan hacia atrás en el tiempo que se ha acercado a la época inquisitorial dada la profusión y persistencia de meterle el miedo en el cuerpo a sus seguidores.
Y nos referimos, no a la Iglesia Católica como institución, sino a sus representantes, quienes usando principios y métodos autoritarios, han tratado de dar a las virtudes morales un enfoque social y político oponiéndose de forma implacable a todo razonamiento o deducción.
Sin embargo, y a pesar de la campaña tan agresiva que la Iglesia viene llevando contra los derechos de los ciudadanos, nadie podrá decir que hayan visto pintadas, agresiones, insultos o blasfemias contra ella.
Tenemos que pedir a los colectivos progresistas y al Gobierno el inicio de un camino hacia el estado laico que finalice con las prebendas de quienes nos aborrecen, el fin de los acuerdos con la Iglesia y su financiación con nuestros impuestos.
Juan José Olviares Pérez